jueves, febrero 9

Chau, Flaco


Creo que Luis Alberto Spinetta era mi amigo. No digo un modelo a seguir o el propietario de la verdad, que quede claro. Pero me atrevo a decir que era mi amigo. Lo digo en serio, aunque nunca lo conocì. Bien se dice que ni siquiera uno mismo llega a conocerse en realidad. Nunca lo vi "en vivo y en directo", ni cuando pasè, en aquel 2005, por la puerta del Marìa Angola con la vana esperanza de poder oìr desde fuera su concierto, un ratito nada màs camino a mi casa, cruzando el Olivar, màs allà, como siempre por entonces, con el discman a duras penas aguantando la caminata. Apenas si le encontrè, màs tarde en youtube,  unos pocos vìdeos en concierto, ninguno de ellos correspondiente a esa difìcil noche.
Pero, lo repito, era mi amigo.
Lo era en principio porque, como todos los amigos, nunca escuchaba. Un amigo sabe lo suficiente de ti como para no necesitar oìrlo todo, o nada, y aùn asì ensayar una respuesta, la frase o la palabra precisas. A veces, es cierto, no atinaba el consejo. Otras, estaba de malas y decìa cualquier cosa.  Tambièn llegaba, cada cierto tiempo, con nuevas dudas y reflexiones, y dejaba la sensaciòn de no haberlas contado –o cantado- tanto por pedir una respuesta, sino màs por compartir la angustia de la pregunta. Como los amigos, claro.
Desde que lo conocì, y hasta la ùltima vez que le oì decir algo, querìa apresar la luz sòlo para liberarla inmediatamente, verla volar desde sus manos. No sè si se diò cuenta de que lo logrò, muchas veces.
Alguna vez me animò para salir de casa, alguna otra se aparecìa en una reuniòn de amigos, que tambièn eran los suyos. 
Còmo no considerarlo uno de ellos, entonces?
No es la intenciòn hablar en un blog de su obra. Alguien seguro se animarà a hacerlo en un libro alguna vez. O en una enciclopedia -parafraseando a Vallejo, perdòn por la tristeza-. No se puede entender la Gran Muralla China viendo fotografìas de ella, aunque sì se puede imaginar su grandeza.
Lo ùnico importante ahora es recordar lo que dejò en cada uno de quienes lo escuchamos: màs preguntas que respuestas, tarea pendiente, una hermosa mùsica. Que al final, entre lo inapelable y lo inaplazable, eligiò lo segundo.
Y mientras escribo esto lo pienso mejor y me doy cuenta de que me equivoco, de que en realidad el Flaco no era mi amigo. El Flaco es mi amigo y muy probablemente lo siga siendo, mientras en un parlante, un par de audìfonos o una voz siga sonando la « Cantata de puentes amarilos », mientras camino –esta vez de paseo- a travès del Olivar, pensando que con amigos asì sòlo queda escuchar « El enemigo ».

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