martes, mayo 13

Canción cursi e incompleta para una chica buena o También acepto de menta

La marea baja, y el sol
aprovecha
se mete en la bañera
De algo nos perdimos sentados en el muro del malecón
tanta gente, tantos atardeceres
a los que le di la espalda para ver amanecer
(no busco caridad, por eso
no digo En tus ojos)

En cuanto al ojo en la frente
aún no lo cierro, quiero verte
fumar el cigarrillo que prendiste para mí
Y sé que no te gustan mis historias
pero qué hago
si en todas salgo yo, en todas sales tú
y es inevitable que el final se nos
parezca demasiado

Debo tener suerte

domingo, mayo 4

Cigarrillos al olmo: Pausa previa al desvarío


Me lo encontré por una de esas rutas, suyas, nuestras. De esas que hacen fácil no perder la capacidad de maravillarnos con lo simple. Caminamos paralelos un buen rato. Me contaba cómo iban las cosas por allá, por su mente. Admitió que de cada mirada había llevado algo parecido al alma, más sutil, si cabe. No lo decía con arrepentimiento: lo decía con orgullo. Camaleón o espía, siguió la dirección que dictaban pupilas de engaño y verdad, pero siempre un aullido en la oscuridad ajena...

"Y sólo aquí es donde me doy cuenta, tarde claro, del tiempo que se me escapa pensando en el tiempo que se me escapa, de la palabra que busco, del dolor que merezco pero no quiero, de lo que callo cuando digo cualquier cosa, del dios o la diosa que me guian, y no conozco".

El sol también se largaba, como nosotros, sin la menor idea de hacia dónde.

"De cada voz -dijo- guardé acento y silencio. En este preciso instante robo tus pasos, tu forma de caminar, y sé que tú haces lo mismo. Eso está bien, para eso es que nacemos, para hacernos, en parte, de los otros".

Hasta ese instante había llevado un paso leve y constante, arrastrando la basta de los jeans caídos, puliendo el suelo que pisamos ahora. Nos detuvimos al borde de un acantilado, mirando el mar y fumando un cigarrillo entre los dos. Hablamos de Helena y de Dianni. Hablamos del libro que siempre llevo en el morral, de su novela eternamente inconclusa y de los poemas que perdí cunado robaron mi computadora. Hablamos de fútbol, de drogas, de felicidad y de tristeza. Luego, nada más callamos.

Un rato después nos dimos la mano y cada cual partió por su lado.

Yo seguí la ruta del acantilado, más por no saber a dónde ir que por preferencias estéticas. Allá abajo había gente viviendo entre la ruinas que la ciudad va dejando caer. De repente, escuché un silbido. Di vuelta y lo ví unas cuadras más abajo, también aún al borde del precipicio, las manos a ambos lados de la cara. Gritaba algo. Iba a emprender el camino de regreso pero me detuvo con una señal. Todavía gritaba.

Su voz llegó a mis oídos como un hilo, y aunque en principio no pude reconocer las palabras, comprendí lo que me decía desde tan lejos como uno comprende que el sonido que oye es el de las gaviotas, aunque no las vea. Aún flota en mi cabeza la pregunta, aún ahora, aquí, sentado frente a otra computadora con otro cigarro y un café, abrigado del frío que hace en la calle. Pero con las mismas dudas, claro.


A qué le teme el mundo, a qué le tenemos tanto miedo, Mariano?


viernes, mayo 2

Cigarrillos al olmo


Decidió por fin un día partir. Al hombro sólo llevaba la caspa, en el bolsillo izquierdo arena y en el derecho algunos billetes. De la boca le colgaba el último cigarrillo: todos enviamos señales de humo de una u otra forma.
La noche era alta, con la luna esa, la de Borges. Seguramente había viento. En noches como esa sale siempre, de entre los árboles, el viento.
Una vez en la vida, había decidido pensar, hay que dejarse iluminar por la tristeza.
Establecido ya que viajaba solo -pues en el hoyo que todos llevamos en medio del pecho nada más caben los recuerdos- no puede asegurarse que, por viajar sin compañía, no lo seguía una sombra. Si algo sabía, era que ser paranoico no significa que no te esten persiguiendo.
La ciudad, si uno se fija bien, no difiere mucho del desierto. Y para no entrar en detalles y símiles manoseados, entre camellos y arena uno puede llegar a sentirse como en casa. Mejor dicho: a uno no le falta nada si se propone realmente conseguir algo. Incluso los días olvidados vuelven. Y punto.

-continuará-