viernes, mayo 2

Cigarrillos al olmo


Decidió por fin un día partir. Al hombro sólo llevaba la caspa, en el bolsillo izquierdo arena y en el derecho algunos billetes. De la boca le colgaba el último cigarrillo: todos enviamos señales de humo de una u otra forma.
La noche era alta, con la luna esa, la de Borges. Seguramente había viento. En noches como esa sale siempre, de entre los árboles, el viento.
Una vez en la vida, había decidido pensar, hay que dejarse iluminar por la tristeza.
Establecido ya que viajaba solo -pues en el hoyo que todos llevamos en medio del pecho nada más caben los recuerdos- no puede asegurarse que, por viajar sin compañía, no lo seguía una sombra. Si algo sabía, era que ser paranoico no significa que no te esten persiguiendo.
La ciudad, si uno se fija bien, no difiere mucho del desierto. Y para no entrar en detalles y símiles manoseados, entre camellos y arena uno puede llegar a sentirse como en casa. Mejor dicho: a uno no le falta nada si se propone realmente conseguir algo. Incluso los días olvidados vuelven. Y punto.

-continuará-

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