A veces me da por acercarme a la habitación que, cada noche, permanece vedada a mí. Pego la oreja a la bisagra intermedia, escucho los jadeos. Ellos no se saben espiados, o seguramente creen que, a mi edad, ese tipo de situaciones carecen de sentido.
A continuación, aplico el ojo a la cerradura, buscando un retazo del acto tras la puerta, una rodilla fugaz, un muslo escapando veloz al pudor que las sábanas pretenden crear. Entiéndase que no es morbo ni nada parecido: sólo busco retener en la memoria los principios de la vida -de mi vida misma-, el movimiento.
Luego, al amanecer, simplemente me detengo. Mis músculos se contraen, mis facciones vuelven a la nada. Durante el día -su día- duermo, o finjo dormir por intervalos en los cuales mis sentidos acumulan fuerzas, hasta que vuelve la noche.
...
- ¿No te parece extraño que tu padre, sin poder caminar ni hablar, aparezca cada mañana con silla de ruedas y todo a la puerta de nuestro cuarto?
- Por favor, Connie, no digas tonterías, el viejo ni siquiera puede moverse, o hablar...
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